Entre unas viejas fotografías familiares, encontré una carpeta de cartón azul, dentro de ella vi un cuadernillo con varios folios escritos a máquina, y una hoja de papel cuadriculado con lo que parecía ser el borrador de unos versos manuscritos. Se trataba de unos poemas escritos por mi padre. Lo primero que pensé es que esas cosas sólo ocurrían en las novelas, o en las películas; sabía que a mi padre le gustaba escribir y disfrutaba con la lectura, pero desconocía su vena poética. Siempre había creído que esto de la literatura era una herencia que le debía a mi abuela materna, de la que conservo, en calidad de depositaria familiar, más de doscientos poemas. Pero leer los sentimientos de mi padre, de su puño y letra, me ha supuesto una emoción y una conmoción indescriptibles. Este borrador lo escribió en Valencia, el 20 de octubre de 1983, en plena Reconversión Industrial, cuando Levante se vio azotado por el paro y la población se empobreció rápidamente, sin horizonte de esperanza, como otras zonas de España: Bilbao, Cádiz, Vigo...
Mi padre fue el Presidente de la Mesa del Metal, en Valencia, durante muchos años, y vivió todo aquel desastre con inmenso sufrimiento e impotencia. Murió en agosto de 1989, sin superar el dolor que esta primera gran crisis le produjo. Ahora siento una inmensa pena por no haber hablado con él de todas estas cosas, por no haberle escuchado y comprendido de la manera que él se merecía, y un cierto alivio al pensar que, por lo menos, no ha tenido que vivir todo el desmoronamiento actual. Y que no ha tenido que sentir la cobardía de todos los que lo estamos permitiendo. El contenido, y no la forma, es lo que me me ha empujado a rendir homenaje a este hombre, mi padre, a quien voy descubriendo cuando ya no puedo decirle que, aunque yo era rebelde y pensaba de manera distinta, a mí también me duele España. Y que me siento orgullosa de parecerme a él, pese a todo.
ORACIÓN DEL COBARDE
Está
quieta la luz,
están
quietas las aguas.
El
aire no se mueve.
¡Señor!
¿Qué es lo que pasa?
Se
han cegado mis ojos,
no
tiene sed mi alma.
Mi
corazón no late.
¡Señor!
¿Es que estoy muerto
o
es que soy un cobarde?
Ante
mí, día a día,
están
matando a España,
a
la esposa, a la madre,
también
a mis hermanas
y
a mis amadas hijas.
Aquello que es mi Patria.
Y
todo lo contemplo con horror,
con
espasmos de ira,
pero
quieto y sentado,
sin
que mi honor me diga:
Vete
a morir de nuevo,
que
te maten.
Todo
menos esperar
que
esta jauría te destruya.
Somos
gusanos miserables
que
no nos rebelamos.
No
hay nobleza en el español
al
que le roban todo
y
ni siquiera tiene lágrimas
como
las de Boabdil
al
perder su Granada.
Sus
brazos no se mueven,
sus
voces no se alzan
en
busca de justicia,
ni
siquiera ante Dios
para
pedirle amparo.
Empobrecido
el obrero
y
el patrón despojado…
Se arrugan en un rincón
y
en un letrero escriben
que
no tienen trabajo.
Mendigan
una ayuda.
Cualquiera
de ellos dice
que
dejó de ser hombre
y
resbaló hacia el fondo,
dejando
atrás su cumbre
de dignidad talada.
Les
miro con tristeza
pero
quieto y sentado,
mi
corazón no late.
¡Señor!
¿Es que estoy muerto
o
es que soy un cobarde?